La Guerra por las Runas del Dragón ha comenzado...

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sábado, 2 de noviembre de 2013

Revisión y actualización del lore de Terrinoth


Con esta actualización cambio totalmente el enfoque. Me he centrado en el lore para Runewars, mezclándolo con datos de otras fuentes sobre Terrinoth. En este contexto de lore para el juego, los héroes NO son inmortales. Pertenecen a la época actual, tras toda esta introducción.




De distintos nombres en distintas épocas, con diferentes esbirros... sólo ha habido siempre un único señor supremo, cuyos orígenes son inciertos... pero es aquel que ha manejado y tejido los hilos del tapiz de la mayor parte de los acontecimientos del mundo... Algunos lo conocen como Wayqar... 
Pero donde existe un señor supremo de la oscuridad, siempre hay una luz que se le opone...


Hace unos mil años, o así lo cuentan los restos encontrados de las Crónicas Perdidas, vino la primera oscuridad del mundo.

Las razas del mundo crecieron y prosperaron durante miles de años, batallando entre sí en interminables guerras y escaramuzas por la disputa de las tierras de Terrinoth.


Entonces vino el Imperio. Un imperio de oscuridad cimentado en material regurgitado del interior del mundo, donde dormían los dioses ancestrales de la oscuridad que precedieron en Mennara la llegada de las Jóvenes Razas. De hecho, estas sólo pudieron prosperar cuando aquellos se sumieron en un sueño destinado a ser eterno, pero intranquilo... por causas hoy desconocidas para nosotros.


En aquellos días la Magia era druídica, y sólo existía como manifestación de los poderes de la Madre Tierra. Pero, en su afán de poder y experimentar, comenzaron a surgir druidas imbuidos de ciertos conocimientos fundados en el pasado, y en objetos y reliquias de Magia Oscura rescatados de otra era. Uno de ellos llegó a Terrinoth, y con su nueva Magia hizo prosperar una pujante población, de la que acabó enseñoreándose para fundar un Castillo de renombre y poder sin igual. Pero oscuras intenciones maquinaban en las raíces del corazón de Llovar de las Lagostas, que así se llamaba aquel hechicero. Sabedor de la existencia, en las profundas Criptas de los Ancestros sobre las que se erigió aquel castillo, de un objeto de poder mágico sin igual, conocido como La Piedra, Llovar oradó y oradó en las profundidades, hasta dar con aquel objeto. Una reliquia ancestral era... la llave para abrir la puerta de regreso a Mennara, en Terrinoth, de los demonios ancestrales del Reino Negro, el plano donde vivían las pesadillas de los hombres, hechas carne, sangre y huesos...


Y Llovar pasó a ser conocido como el Primer Nigromante, y La Piedra, como la Piedra del Nigromante.


El resquicio que la Piedra abrió en el mundo de los vivos por la mano de Llovar era pequeño e inestable. Aún así, cambió la faz del mundo para siempre, desatando sobre la tierra la primera gran tormenta de oscuridad.


Pero he aquí que un joven y sabio mago, que había viajado y estudiado durante largos años entre las distintas razas, con unas habilidades de diplomacia innatas, fue el primero en dominar las energías místicas de los Cuatro Elementos. Fue el primer Mago verdadero, trascendiendo la Magia Druídica y fundando la Primera Escuela de Magia en Terrinoth. En secreto urdía estas cosas aquel mago, conocido por la leyenda como Timmorran Lokander, sabedor por las sacerdotisas elfas, y por los señores enanos, y por los sabios humanos, y por los chamanes orcos, de que algo malo estaba pasando en el mundo. Llovar dominaba el comercio entre las Ciudades Libres de Terrinoth, y empezaba a tiranizar las rutas comerciales con impuestos abusivos, de la mano de un terror que sólo él parecía capaz de dominar, porque sólo él lo había desatado.


Las diferentes razas enterraron toda animosidad pasada entre ellas y de la mano de la habilidad en la diplomacia y en la Magia de Timmorran, se aliaron contra Llovar y su reino demoníaco.


Llovar cayó. Sus demonios fueron desterrados, y Timmorran reinó sobre aquel castillo, donde descansaban las Criptas de los Ancestros y de los primeros reyes de los hombres, para purgar la oscuridad de aquella parte del mundo y sellar el regreso al olvido del Reino Negro, que esperaba agazapado en las pesadillas de los mortales.

Fue un error...? es fácil juzgar hoy, pero sí, quizá aquel castillo debería haber sido demolido.

Sea como fuere, Timmorran vivió muchos años más. Fue luego conocido como el primer Antiguo Rey, y reinó en un reino de ciudades humanas unificadas por primera vez, ante el creciente recelo de las demás razas por el poder que la humanidad empezaba a manejar. Las demás razas empezaban a preguntarse qué diferencia había entre la oscuridad que habían combatido y un mundo gobernado por los humanos.


Como quiera que fuere, es importante destacar que entre las ruinas de la última batalla que terminó con la vida de Llovar, entre restos humeantes, Timmorran encontró a un bebé abandonado, llorando de forma desconsolada. Temeroso de él por razones llenas de oscuridad, no pudo sino apiadarse de aquella criatura, y tomarla y educarla en su castillo. Llamó al niño Wayqar.


Unos años después Timmorran tuvo otro hijo. Tomando como esposa a una elfa, para estrechar lazos de unión con los elfos de Latari que hicieran menguar las crecientes tensiones diplomáticas entre las dos naciones, tuvo de ella a un niño medio humano y medio elfo, al que llamó Daqan.


Durante años, Timmorran se dedicó en secreto a su más grande obra, que habría según él de servir como faro que guiaría la Magia y la paz en Terrinoth y en el mundo, cuando él ya no estuviera. Fue un extraño suceso del que poco se sabe, que vivió cuando se perdió en una cacería de una nueva bestia horrible que asolaba los más profundo de los bosques de los elfos de Latari el que le reveló la misión de crear aquel objeto, el Orbe de los Cielos. Concebido con una artesanía casi alienígena, desconocida en el mundo de Mennara, conservó dentro de él la esencia de todo su saber mágico, de toda la capacidad de absorver las fuentes de energía mágica de los elementos, así como de enseñar el modo de usarlas para el bien a los diferentes estudiantes de la Magia de las diferentes razas. Uno de los pocos que sabía de la creación de aquel objeto mágico casi sagrado, y que creció en conocimiento y poder junto a él a lo largo de los años, era su hijo adoptado, Wayqar.


Pero la relación con Wayqar se deterioró rápidamente cuando le fue anunciado que sería Daqan, nacido después que él, y por motivos que tenían que ver sobre todo con mantener el contento con los elfos de Latari, el que heredaría la corona. Además, para empeorar las cosas, Wayqar estaba enamorado de la misma doncella elfa que su hermano Daqan.


Pronto, Wayqar, al hilo de los nefastos acontecimientos que su cada vez más oscura forma de ser estaba desencadenando para la paz y estabilidad del reino, fue "invitado" a viajar al Reino de los Enanos, para aprender más sobre las formas en que la artesanía se podía aplicar a la Magia. Pero fue demasiado tarde, porque el mal ya se había apoderado de su corazón, y le acompañaría ya siempre. Pues durante todos aquellos años un fragmento de la Piedra perdida del Nigromante fue saliendo hacia la superficie, tras movimientos telúricos acaecidos todos ellos durante noches en las que acontecimientos celestiales únicos no presagiaban nada bueno.

Mas Timmorran estaba demasiado ocupado con la creación de su gran Orbe Celestial, como para prestar atención a aquellos detalles. Cuando quiso darse cuenta del mal que albergaba el corazón de Wayqar, cuyos sueños eran atormentados con pesadillas originadas por la proximidad de aquel maléfico fragmento, ya era demasiado tarde.

Con los enanos Wayqar aprendió como oradar el fondo de la tierra y trabajar sus metales, entre otras muchas cosas. No todo fue oscuro ni malo en aquellos días, para él, y algo bueno de los enanos se le pegó, como pretendía su padre... pero esas son otras historias.


Sea como fuere, el mayor error de Timmorran fue olvidar invitar a Wayqar a la boda de su hermano con Lauriel, la doncella elfa de Latari. Tan ocupado estaba, terminando su magna obra de luz. Tampoco Daqan se lo recordó, quizá influenciado por su futura mujer, que recordaba ciertos sucesos del pasado reciente, con los que tenía que ver mucho Wayqar.


Después de darse no poca importancia entre los señores enanos respecto al lugar que ocupaba en los corazones de su padre y su hermano, y otros ciertos sucesos, Wayqar palideció de vergüenza ante el olvido, y acabó por encerrarse dentro de su propia torre de oscuridad, tirando la llave al fondo del océano de su negra alma.

Decidió autoinvitarse a aquella boda, para mostrar todo cuanto había "aprendido" a los suyos.

Es así que en la ceremonia Wayqar apareció e hizo un juramento espantoso, que encogió los corazones de todos los presentes, para luego desaparecer, como por arte de Magia... oscura...


Wayqar permaneció un tiempo escondido en el subsuelo del castillo, afanado en la búsqueda del objeto que le había atormentado durante sus sueños de juventud... el fragmento de la Piedra del Nigromante...


Y pasaron los años...


Timmorran sentía ya cercano su final entre los vivos, pero su gran Orbe, la almenara que iluminaría el mundo de Mennara, estaba terminado, y brillaba refulgente desde la más alta torre de su reino.


Hasta que Wayqar el traidor salió literalmente de la oscuridad, para materializar su profetizada venganza, de forma inevitable. Timmorran, desesperado como nunca antes se había sentido en su vida, fue consciente de sus errores, sabedor por fin de lo que pretendía Wayqar, al revelarse ante él lo que encerraban todas aquellas preguntas que le había hecho en el pasado, y destruyó el Orbe arrojándolo contra el suelo de acero del castillo. El orbe se fragmentó en mil pedazos, y eligió a varios de sus más leales estudiantes de Magia para dispersarse por el mundo, transportándolos con ellos transformados en cuervos. Uno de ellos era Lumii Tamar.


Wayqar había reunido un ejército con sus malas artes, y había entorpecido los esfuerzos diplomáticos de un cada vez más descuidado Timmorran. Y ahora, sitiaba el castillo. Cuando subió a la Torre más alta y descubrió a Timmorran, le arrebató fuera de sí el Último fragmento del orbe, que el gran mago aferraba agarrándose a la vida con su último aliento, pues había puesto todo su ser el aquel Orbe, y romperlo fue su sentencia de muerte. Sin embargo, tuvo miedo, y se aferró a aquel fragmento, queriendo vivir. Wayqar lo torturó y se lo arrebató, y Timmorran expiró.


Con aquel fragmento bajó a las profundidades donde había encontrado el fragmento de Piedra del Nigromante. Y justo en ese momento apareció Lauriel, implorándole que no lo hiciera. Timmorran había entrado en su mente, con su última voluntad, para transmitirle la verdad, ahora que la veía ante él, en su muerte, de lo que Wayqar pretendía hacer, y se precipitó en una carrera a la oscuridad de las simas del castillo, ante la desesperación de Daqan, que combatía en la superficie contra el ejército de Wayqar.


Cuando la vio, Wayqar vaciló, porque aún sentía amor hacia ella. Este instante de vacilación le permitió a ella interponerse entre él y el fragmento de la ancestral Piedra del Nigromante en el momento en que Wayqar insertaba en ella la esquirla del Orbe Celestial. Pero la esquirla se clavó en el corazón de Lauriel, ante un instintivo grito de verdadero dolor de Wayqar. Tal sacrificio abrió las puertas del Reino Negro a Lauriel, cuyo espíritu sabía lo que tenía que hacer. Esa es también otra historia, pero su espíritu vagó entre las sombras del Reino Negro en busca del camino olvidado que llevara a la Corte de los Cielos. Las cosas que sufrió y la llegada a la Corte Celestial, el plano primordial en el que habitaban los antagonistas naturales de los demonios del Reino Negro, la convirtieron en el Hada más famosa de los mitos feéricos.  A partir de entonces tendría el poder de unir la realidad con los sueños y pesadillas del Reino Negro y la Corte Celestial a través de los caminos de las Hadas.


Wayqar sacó la esquirla de su corazón y, abocado a culminar su mal, la clavó por fin en la Piedra, y luego en sí mismo. Los demonios entraron de nuevo en el mundo y azotaron el reino durante largos años, en la segunda gran oscuridad. Wayqar quiso morir, pero el pacto con la oscuridad que había llevado a cabo en su negro corazón no lo permitió. Se transformó en un muerto en vida, y como tal lideró a las huestes demoníacas de esta segunda oscuridad del mundo.


Mientras, Daqan casi enloqueció de dolor al encontrar el cuerpo sin vida de Lauriel en las profundidades del castillo. Pero esta se le apereció como espectro, como invitándole a seguirla a un reino al que sólo ella podía acceder, venida desde otro momento del tiempo y el espacio. Y Daqan vio la luz, y se le mostró el libro sagrado, y fundó la sagrada orden de Kellos, y con ella trajo la principal religión al mundo. Se llevó el cuerpo sin vida de Lauriel la bella, y fundó otro castillo y una orden de caballeros que habría de proteger al reino y propagar la visión de los sacerdotes de Kellos.


Todo esto llenó de esperanza los corazones de los hombres, y cada raza mandó a su rey con un ejército a la batalla final contra las huestes demoníacas, en lo que se conocería como la batalla de los Antiguos Reyes. Wayqar fue vencido, pero no podía morir, y su esencia se retiró lejos de los ojos de los mortales, a unas tierras donde durante las siguientes generaciones, entre las profundas nieblas de la oscuridad y la ignorancia, alimentando las leyendas más tenebrosas de los mortales, dio forma a un magnífico castillo de terror y sombras al que se vieron atraídas y se arrastraron las formas impías de todas las tierras circundantes.


Los diferentes reinos de Terrinoth se unieron de nuevo por última vez en uno solo. 

Pero Daqan murió, y con él su efímero reino. Los orcos, incómodos con la religión de Kellos, se distanciaron del resto de las razas.
Los demonios habían sido arrinconados en las tierras del antiguo castillo de Timmorran, sitiado, vigilado y abandonado. Un valle calcinado, a partir de entonces estéril y maldito. 
Con el paso de los siglos tribus nómadas de humanos y orcos cohabitaron en aquella región, empujados por presiones demográficas y riñas tribales. Vieron que, contra todo pronóstico, la región florecía bajo el sol, ocultando en las sombras de sus ruinosas entrañas el mal del pasado. Los demonios eran pocos y débiles, pero surgieron por entre los resquicios de la tierra y contagiaron el ánimo de aquellos seres, emponzoñando sus corazones y mezclándose con ellos en horribles rituales, conformando una nueva raza de seres semidemoníacos... fueron conocidos como los Uthuk de Y'llan... y construyeron una negra fortaleza de oscuridad sobre las ruinas y los recuerdos del pasado...

Hace quinientos años vino la tercera oscuridad del mundo. El retorno de los dragones de las leyendas ancestrales. Ya no eran meros animales superiores escupefuegos, sino que parecían más inteligentes y malvados. Wayqar, desde su castillo, maquinó para encontrar los huevos fosilizados de aquellas criaturas de natural mágico, y los sumergió en el Fuego Único para insuflarles vida y criarlos con un único fin... aprovechar su afán de cosas que brillan para que encontraran para él los fragmentos del orbe de Timmorran desperdigados por el mundo. Los señores de los dragones,  aquellos que crió directamente Wayqar, eran los más poderosos...
Fue entonces, cuando los dragones acrecentaron el poder de aquellos fragmentos con sus propias runas mágicas, y pasaron a ser conocidas para siempre como las Runas de los Dragones. 
Pero el verdadero origen de los dragones estaba en la Corte Celestial, por lo que algunos de ellos acabaron por revelarse contra Wayqar por la intuición de sus recuerdos ancestrales, desencadenados por ciertos hechos puntuales, que forman parte de otras hermosas historias.

Esta rebelión y la entrada en guerra de los orcos, durante mucho tiempo ocupados con sus propios asuntos, forjaron de nuevo una victoria de la luz sobre la oscuridad, que dura precariamente hasta hoy.


Para que se mantuviera la paz entre las diferentes razas, y en agradecimiento a la intervención de los orcos, para que estos siguieran formando parte de las Ciudades Libres, se llevó a cabo un Gran Concilio, el más grande que se recuerda, en el que las diferentes razas acordaron dejar de batallar por unir las tierras bajo un solo reino, algo que parecía imposible de conseguir, y, de forma pragmática,  repartírselas en baronías al frente de las cuales regirían ciudades estado libres en la forma en que comerciaban y se habitaban.

Todas las razas eran bienvenidas en todas las ciudades, aunque la religión de Kellos, distanciada cada vez más de sus verdaderas raíces, se prodigaba más entre los humanos, y producía con el paso de los años cada vez más resquemores en elfos, orcos y enanos.


Y en este punto, con una nueva guerra y con la venida de la Cuarta Oscuridad del mundo en ciernes, comienza la historia de nuestros héroes...




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